En mi particular analogía del ciclismo con la vida, encuentro en Primož Roglič el personaje más sencillo de cuantos corren actualmente con galones de líder. Me lo imagino en su cuadrilla de amigos, de la misma manera que encajaría naturalmente en la mía. Un amante de todos los deportes, como el resto de colegas, sin llegar a ser un friki de ninguno de ellos. Un practicante de fin de semana por el simple placer de hacer deporte, cualquiera de ellos.
Le imagino como aquel que le gusta ponerse a prueba y que, aunque tiene espíritu competitivo, lo equilibra con el saber perder. En la retina, bien grabada, tengo esa imagen suya de 2011 durante una carrera de mountain bike con zapatillas de deporte, calcetín gordote y un maillot viejo y bien holgado del equipo Française de Jeux, en una posición del todo extraña sobre una bicicleta barata. Al más puro estilo dominguero, todo prestado por unos vecinos.
Relacionado – La carrera escribe su guion
Relacionado – Porvenir frente a realidad, por Laura Meseguer
Esta representación de Roglič se me ha hecho todavía más patente durante la presente Vuelta a España refrendada con sus respuestas del tipo “menuda preocupación, uh?” cuando le preguntan por la estrategia alrededor del maillot de líder de la carrera. De golpe, su capacidad de relativizar el éxito o la derrota te despierta del trance que provoca la emoción de la carrera, para devolverte a una vida en la que claramente hay preocupaciones más importantes que una carrera ciclista. Quizás por ello, su habilidad para rehacerse del fracaso, continue siendo admirable por ser prácticamente inmediata, inspiradora seguramente, pero ahora ya un poco más terrenal. “Problemas del primer mundo”, se refiere él con ironía para darle la justa importancia a sus responsabilidades.
Arriba: Wout Van Aert y Primož Roglič en un momento de distensión en el pasado Tour de Francia (fotografía: Pauline Ballet) / Abajo: en la etapa decimoséptima de La Vuelta 2021, Roglič y Egan Bernal han protagonizado la fuga del día, que terminaría con el esloveno como nuevo maillot rojo (fotografía: Charly López/Unipublic)
Roglič, al contrario que el resto de compañeros de pelotón, no creció subido a la bicicleta, como todos conocemos. Después de no alcanzar el éxito como saltador de esquí, decidió probar en el ciclismo cercano a los viente años. Invirtió 3.000 euros en una bicicleta, y comenzó a contactar vía email a gente cercana al ciclismo, a los que les preguntaba qué necesitaba hacer para convertirse en ciclista profesional. Hasta entonces no hacía más que 2.000 kilómetros al año. Quizás debería empezar por ahí, le sugerían. Tuvo que aprenderlo todo de golpe: saber vestirse o comer sobre la bicicleta hasta aprender a rodar en el pelotón en tiempo récord. En una interesante entrevista en la revista norteamericana Bicycling, se deduce que aprendió a levantarse, física y moralmente de la cantidad de veces que se cayó en esos inicios tardíos. Llegó al equipo Adria Mobil con veintitrés años.
Puede no ser el mejor estratega del pelotón pero lo salva con aquello de “quien no arriesga, no gana”; con un instinto que le lleva a seguir la rueda de Egan Bernal a 60 kilómetros de Lagos de Covadonga y con una valentía que le permite en ese caso no pensarlo dos veces y dejar a todo su equipo detrás. Sus dotes sobre la bicicleta hacen el resto.
Relacionado – El equipo como refugio - La mirada Maté
Relacionado – Vuelta a España 2021: previa, recorrido y favoritos
Carece de la cultura ciclista como otro que ha podido mamarla desde pequeño, y ha tenido que aprender de golpe la laxitud del fair play —el eterno debate— y los códigos no escritos del pelotón, como la jerarquía del grupo, saber encontrar el sitio —él lo ha ganado por méritos propios—, y el respeto dentro del pelotón, entre otras cosas que se aprenden en la escuela ciclista.
A propósito de esto, seguramente no entendería las críticas infundadas que le llovieron en la séptima etapa de la París Niza de 2021 al sobrepasar en la línea de meta al joven Gino Mäder que sobrevivía de la escapada. Mäder, a punto de llorar, vio cómo se le escapaba su oportunidad de darse a conocer al mundo ante un Roglič imbatible que sumaba con aquella su victoria número cincuenta. Entre las críticas saldría a relucir la galantería de Miguel Indurain, que no aplica al caso, ya que el navarro, en propio interés, no disputaba las etapas a quien le había echado una mano de cara a la clasificación general. A pesar de su todavía breve carrera, a Roglic no se le puede reprochar un “pero” en su forma de correr.
El corredor esloveno supera a Gino Mäder a pocos metros de la linea de meta en la séptima etapa de la París-Niza 2021 / Fotografía: Bas Czerwinski/AFP/Getty
Su singularidad es que siendo uno de los mejores ciclistas del mundo, su día a día sigue siendo una lección diaria. Y ahí radica su mayor mérito: alcanzar el éxito con la lección aprendida a medias. A pesar de sus dos victorias en la general de la Vuelta a España, catorce victorias en grandes vueltas desde 2016, dos Tour de Romandía, dos Vueltas al País Vasco, una Tirreno-Adriático, un monumento como la Lieja-Bastogne-Lieja y la medalla en la contrarreloj olímpica, Roglic reflexiona en Bicycling: “Todavía cuando echo la vista atrás, si hubiese sabido lo duro que era... Quizás nunca hubiese empezado a andar en bicicleta. Pero al no saberlo...”, hace una pausa. “Bueno, no tenía nada que perder. Tenía que probar y verlo por mí mismo”.
Y concluía: “He tenido que aprender todo demasiado deprisa. Y honestamente, es muy difícil porque, sí, te caes muchísimas veces en la zona de avituallamiento, aquí y allá. Pero si quieres continuar te tienes que superar”. Y si él tiene lecciones pendientes, nosotros aprendemos cada día con este campeón hecho a medias: a encontrar la oportunidad mientras nos recomponemos superados por los obstáculos y a vivir con templanza tanto la gloria como la derrota. Y un último deseo: “pasar a la historia no por lo que gané, sino por lo que lo peleé”.
Primož Roglič, siempre en mi equipo.